Las mejores tomas, las mejores instantáneas... son siempre las que nunca captó el objetivo de mi cámara: ese momento que no pude captar más que un segundo tarde, o que no salió adecuadamente en la fotografía y tuvo que ser desechado.
Las mejores fotos son siempre las que sólo habitan en un pequeño recinto, muy al interior del cerebro, hasta que el tiempo las emborrone demasiado o simplemente se pierdan para siempre.
Hoy bajaba la autopista que bordea la costa norte como cada día, camino del hogar. En un momento en que la circulación relativamente pesada me dió un respiro, al tomar una de las múltiples curvas, ví una de esas instantáneas irrealizadas.
El cielo encapotado se aclaraba mar adentro, siendo perceptible una gruesa franja de claridad en el horizonte. El sol quedaba oculto por las nubes, aunque se aprestaba a ponerse cerca de las costas de la isla, evidentemente según mi perspectiva. La franja clara era pues más brillante en las cercanías de la isla que al extremo opuesto, camino del faro de la Punta del Hidalgo, que no era visible no sólo por quedar directamente detrás sino porque el propio relieve de la isla lo tapaba.
A lo lejos, antiguos acantilados con sus respectivas planicies de la isla baja (*) a sus faldas enmarcaban, junto con la poblada ceja de grises nubes y el ceniciento párpado marino, un radiante ojo ambarino que mantenía, vigilante, mar e isla en su campo de visión, vislumbrando a lo largo del resquicio entre mar y nubes el lugar donde el naranja daba paso al azul y luego al añil, casi en el extremo opuesto.
Estando el sol aun oculto por las nubes, pude mirarle directamente y vislumbrar una delgada pestaña. La brusca aparición del sol al descender más por la autopista rompió el encanto y me impidió seguir lanzando furtivas miradas: la magia se había roto, y la pestaña bien sabía que era el faro de la lejana isla baja de Teno, única construcción perceptible a esa distancia. La foto de hoy que jamás saqué.
De otros días recuerdo un enorme lobo albino que desde un algodonoso paisaje de nieve aullaba en dirección a una caprichosa luna creciente al atardecer. O quizá eran sólo nubes.
MakodFilu, a 10-10-2005
(*) La isla baja es una zona comprendida entre un viejo acantilado y la costa que anteriormente estuvo sumergida. Tras haber emergido sobre las mismas, comprende una llanura de poca altura sobre el nivel del mar de tierra muy fértil. Nada que ver con los Acantilados de los Gigantes, que bordean la costa oeste de la isla y suponen una caida a pico hasta el mar de varios cientos de metros.